jueves, 4 de febrero de 2010

La historia de Guiwenneth

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Una tarde, tras matar a un ciervo con astas de ocho puntas, a un jabalí más alto que dos hombres, y corregir los malos modales de cuatro pueblos, Mogoch, un jefe, se sentó junto a la orilla para descansar. Era de constitución tan gigantesca, que las nubes casi le tapaban la cabeza. Metió los pies en el mar, junto a la base de los acantilados, para refrescarse. Luego se reclinó hacia atrás y observó la reunión que tenía lugar entre dos hermanas sobre su fertilidad.

Las hermanas eran gemelas, ambas hermosas, de hablar dulce y hábiles con el arpa. Pero una de ellas se había casado con el jefe guerrero de una gran tribu, y pronto descubrió que su vientre no podía concebir. Se volvió tan agria como la leche que ha quedado demasiado tiempo expuesta al sol. La otra hermana se había casado con un guerrero exiliado llamado Peregu. El campamento de Peregu estaba en los más profundos desfiladeros de la parte más lejana del bosque, pero acudía junto a su amada en forma de lechuza. Ella acababa de tener una hija, pero, como Peregu estaba exiliado, la hermana de rostro amargado y su ejército se habían presentado para llevarse a la criatura.

Tuvo lugar una gran discusión, y las armas chocaron. La amada de Peregu ni siquiera había tenido tiempo deponerle nombre a la niña, cuando su hermana le arrebató el pequeño bulto envuelto en telas y lo alzó sobre su cabeza, para ser ella quien le diera nombre.

Pero el cielo se oscureció, y aparecieron diez urracas. Eran Peregu y sus nueve hermanos de espada, mutados por la magia del bosque. Peregu descendió en picado, tomó a la niña entre sus garras y se remontó, pero un tirador le derribó con su honda. La niña cayó, pero los otros pájaros la recogieron en el aire y se la llevaron. Así que fue llamada Hurfathana, que quiere decir "la niña criada por urracas".

Mogoch, el jefe, contempló todo esto con diversión despectiva, pero sentía respeto por el difunto Peregu. Recogió al pajarilla y le devolvió la forma humana. Como tenía miedo de aplastar pueblos enteros si excavaba una tumba con el dedo, Mogoch se metió al exiliado muerto en la boca, y se arrancó un diente para que le sirviera de lápida funeraria. Así, Peregu fue enterrado bajo una gran piedra blanca, en un valle que respira. 

La historia de Guiwenneth según los Shamiga 
Bosque Mítago, extracto.
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viernes, 20 de noviembre de 2009

La niña de los fósforos

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La niña de los fósforos
Hans Christian Andersen

¡Qué frío hacía!; nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatos, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unos zapatos que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes, que los perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos carroajes que venían a toda velocidad. Uno de los zapatos no hubo medio de encontrarlo, y el otro se la había puesto un niño, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos. 
Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío. En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. 
"Señor cómpreme un fósforo, ¿quién me compra un fósforo?, un fósforo, señor cómpreme un fósforo"

En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado una mísera moneda; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello; pero no estaba ella para presumir. 
En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste centavo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; sólo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. 
Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una velita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa. Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano. 
Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a ésta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y finísima porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. ¡Y lo mejor del caso fue que el pato saltó de la mesa! y, anadando por el suelo con un tenedor y un cuchillo, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan sólo la gruesa y fría pared. 
Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante. Millares de velitas, ardían en las ramas verdes, y de éstas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos... y entonces se apagó el fósforo. Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego. 
"Alguien se está muriendo" -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que había sido buena con ella, pero que ya no existía, le había dicho: "Cuando una estrella cae, un alma se eleva al cielo".
Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa. 
-¡Abuelita! -exclamó la pequeña- ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad. 
Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. 
Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver, sentado, con sus fósforos, un paquetito de los cuales aparecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había recibido el Año Nuevo.
FIN
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jueves, 19 de noviembre de 2009

Sueño de una noche de invierno

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Bueno, fui invitado a escribir en este post y me siento orgulloso por ello (bueno de hecho no tanto porque tengo que pagar $ 10.00USD a la mafia de los Mavilione por cada post xD, broma). Aquí les dejo un cuento que hice hace algunos años, la inspiración fue un sueño, de esos raros para ustedes, normales para mi.
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Sueño de una noche de invierno

En los lejanos reinos del sur
vivía una joven princesa
con los cabellos dorados
y los labios color cereza.

Diario todas las tardes
su instrumento tocaba
y problemas del reino
a ella la desvelaban.

Una velada de invierno
en la cama daba vueltas
no podía conciliar sueño
y ésta se le hacia eterna.

Entonces se levantó
y al balcón ella salió
y se quedó callada
pues el cielo la asombró.

Mirando miles de estrellas
la princesa se dio cuenta
que desde un árbol lejano
algo la tenia muy tensa.

Pronto quedó cautivada
pues se asomaban dos ojos
y se sintió anonadada
pues se veían sospechosos.

De repente salió un halcón
de entre las hojas de un sauce
acercándose sin lastre
a su destino el balcón.


¿Porqué no dormís amada princesa mía?
os he estado mirando desde hace algunos días.
el espíritu se me acongoja y el corazón se me agita.

He de confesar que soy vuestro admirador
que cualquier cosa que os moleste
de eso, ¡Nuevo enemigo soy!

Pedidme cualquier cosa,
pedidme lo que sea
y veraís que vuestro alivio
en prontitud alada llega.


La princesa respiro de un jalón,
pensando responder adecuada
y no quedarse callada
con aquel esplendido halcón.

Vos sois en verdad muy amable
pero no puedo pediros nada
solo deseo que el insomnio
ya nunca más se me alargue

¿Acaso no son hermosas
las joyas del firmamento
que noche con noche alumbran
e inspiran al cuenta cuentos?

Quizás contando estrellas
una por una en silencio
nunca más en mi cama
tenga a dar mas vueltas.

Debéis de contar a todas
y cada una de ellas
para que vuestro sueño regrese
y nunca mas se os pierda.

Se vio la princesa
a la larga tarea
de comenzar de una vez
o quedarse despierta.

Si fueran mil millones,
esa sería mi tarea,
y he de terminar esto
empezando con la primera pieza.

Y así pasaron las horas,
ya casi estaba acabando
¡el remedio había funcionado
pues ella se estaba chocando!

Pues bien estoy notando
que digo palabras calladas,
que raudo Morfeo ha llegado
para llevarme a mi cama.

Y entendió así el halcón:
su tesoro encontró la dama
bostezaba sin una almohada
y se dirigía a su colchón.

Me alejo de vos
con todo y tristeza
pues llega el sol
y con él mi presa

Pero recordad doncella mía,
en cualquiera que sea la pena,
sois en una noche de invierno
un gentil sueño de primavera!!

Roberto Tapia Mora

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